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El 27 de diciembre no solo se cierra el año boxístico de primer nivel. También puede abrirse una línea directa entre dos épocas separadas por casi medio siglo. Si Naoya Inoue derrota a Alan Picasso en Riad, su nombre quedará unido a una hazaña que no se repetía desde 1976, cuando Muhammad Ali sostuvo el trono mundial cuatro veces en un mismo año natural.
La frase es precisa y no admite atajos: campeón indiscutido, cuatro defensas, mismo año. No habla solo de actividad. Habla de supervivencia en la cima. Y, sobre todo, de hacerlo bajo las reglas más exigentes de cada época.
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The Ring Magazine
Ali llegó a 1976 como el centro del boxeo mundial. Venía de recuperar el título y su agenda fue una sucesión de defensas constantes. Febrero, abril, mayo y septiembre. Rivales distintos, contextos distintos, presión constante. El campeón de los pesos pesados peleaba mucho porque el sistema lo permitía y porque su figura lo demandaba. Ser campeón significaba subir al ring con frecuencia.
Inoue vive otra realidad. La suya es la era de los cuatro cinturones. WBA, WBC, IBF y WBO. Cada organismo con sus mandatorios, sus plazos y su política interna. Mantenerlos todos ya es una rareza. Defenderlos cuatro veces en doce meses roza lo imposible. Por eso la comparación no es gratuita.
El japonés inició su año como indiscutido con una defensa temprana, firme, sin grietas. Volvió meses después, esta vez fuera de casa, y respondió de nuevo. El tercer compromiso elevó el nivel competitivo y exigió un ajuste mayor. El cuarto llega ahora, al filo del calendario, con todo el paquete en juego. No ha soltado nada. No ha aplazado nada. Ha cumplido con todos.
Ali, en cambio, no cargaba con cuatro organismos a la vez. Su corona era más simple en lo administrativo (WBC, WBA y campeonato lineal), pero no menos dura en lo físico. Los pesos pesados de los setenta eran batallas de desgaste. Doce o quince asaltos, golpes que marcaban carreras y una exposición mediática constante. Ali defendía porque el campeón debía hacerlo.
Inoue defiende porque sostener el indiscutido obliga a una precisión quirúrgica. Cada pelea cuenta. Cada decisión afecta al equilibrio del reinado. Una mala elección puede costar un cinturón sin siquiera perder en el ring.
Ahí nace el valor histórico del 27 de diciembre. No es solo un combate más. Es el cierre de un año diseñado para resistir. Si Inoue gana, habrá defendido el estatus indiscutido cuatro veces sin interrupciones, algo que ningún campeón había logrado en la era moderna del boxeo.
La comparación con Ali no busca igualar estilos ni carismas. Busca señalar una coincidencia estructural: ambos llevaron la idea de “campeón activo” al límite de lo que su tiempo permitía. Ali desde la frecuencia. Inoue desde la complejidad.
También hay un paralelismo simbólico. Ali defendía para reafirmar su condición de referencia absoluta. Inoue defiende para sostener una hegemonía que no admite fisuras. En ambos casos, el mensaje es el mismo: el campeón no se esconde.
El combate ante Picasso actúa como punto final de esa narrativa anual. No importa el favoritismo ni el contexto geográfico. Lo que está en juego es el registro histórico. Si Inoue gana, 2025 quedará marcado como el año en el que un campeón indiscutido defendió cuatro veces todas sus coronas, algo que solo encuentra espejo en el calendario de Ali en 1976.
El boxeo cambia, las reglas se multiplican y los cinturones pesan más. Pero la grandeza, cuando aparece, siempre encuentra la forma de repetirse. El 27 de diciembre, en DAZN, Inoue tiene la oportunidad de demostrarlo.
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