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Renato Gaúcho, el excéntrico DT que sueña con Fluminense: lo compararon con Garrincha, dijo ser mejor que Cristiano, tiene una estatua en Gremio y se perdió el Mundial 86 por indisciplina
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El Fluminense de Renato Gaúcho dio uno de los grandes golpes del Mundial de Clubes FIFA 2025. En un cruce que quedará para la historia, eliminó al Inter de Milán -vigente subcampeón de la Champions League- y, tras superar al Al Hilal en cuartos, se convirtió en el único representante sudamericano entre los cuatro mejores del torneo, junto a Real Madrid, PSG y su próximo rival: el Chelsea. En un certamen plagado de potencias europeas, el equipo carioca impuso su identidad, su juego de posesión y su carácter competitivo, con la impronta de un técnico tan carismático como irreverente.
A sus 62 años, Renato Gaúcho dirige por sexta vez al Fluminense y vuelve al centro de la escena internacional. Fiel a su estilo, se muestra en la banda con cadenas brillantes y un discurso tan provocador como pasional. El hombre que alguna vez dijo ser “mejor que Cristiano Ronaldo”, que pidió una estatua en Gremio y la consiguió, es también el único brasileño que ganó la Libertadores como jugador y entrenador en el mismo club. Un personaje que combina excentricidad, ego y resultados.
Como técnico, disputó dos finales de Libertadores: en 2008 con Fluminense -perdió por penales ante Liga de Quito- y en 2017 con Gremio, donde se consagró frente a Lanús. Su legado como jugador también impresiona: más de 200 goles, una Copa Intercontinental como figura, títulos en tres grandes de Brasil y una Copa América con la selección. Pero su carrera también estuvo marcada por excesos, polémicas y una ausencia inolvidable: el Mundial de México 1986. Todo eso es Renato Gaúcho. Y más.
Renato Gaúcho: de panadero a estrella del fútbol brasileño
@renatogaucho
Antes de ser ídolo, figura internacional y entrenador polémico, Renato fue un chico de familia numerosa que creció en la humildad del interior gaúcho. Nació el 9 de septiembre de 1962 en Guaporé, Río Grande do Sul, en un hogar con 14 hermanos, dos de ellos también futbolistas (Flávio y Mauro) y otros dos fallecidos antes de 1984. Su padre, Francisco, era albañil y no llegó a verlo como profesional. Su madre, María Tedesco, murió en 2010, a los 73 años. Desde pequeño, Renato supo lo que era pelearla desde abajo.
Para ayudar en casa, trabajó desde joven como panadero y también en una fábrica de muebles. Se probó en el Inter de Porto Alegre, pero tuvo que abandonar: el club no podía cubrirle gastos de alojamiento ni manutención. Su oportunidad llegó en Esportivo, un club modesto de Bento Gonçalves, adonde se mudó con su familia. Allí debutó con apenas 16 años, el 12 de agosto de 1979, en un partido ante Gremio. Su historia recién comenzaba.
Su talento llamó la atención de Valdir Espinosa, técnico de Esportivo y futuro mentor. En 1980 lo llevó a las inferiores de Gremio, aunque no fue fácil: Renato era menor y su padre, fanático del Inter, se oponía al pase al clásico rival. El documento lo firmó su hermano Adão. La rebeldía estaba en su ADN: cuando la FIFA impuso el uso de espinilleras, él protestaba: “¡Ay, FIFA, dame un respiro!”. Jugaba con medias caídas y sin protección. Su escudo era el regate.
El crack que comparaban con Garrincha, brilló en Japón y fue borrado del Mundial 86
En los 80, Renato Gaúcho era sinónimo de talento, desborde y carisma. Extremo derecho del Gremio, combinaba regate corto, potencia y una personalidad magnética. En 1983 tocó el cielo: ganó la Libertadores y luego fue figura en la Copa Intercontinental ante Hamburgo, en Tokio, donde marcó dos goles y fue elegido mejor jugador. Lo comparaban con Garrincha, aunque él soñaba más alto.
Un mes antes del viaje a Japón, llegó a una concentración con un coche rojo ruidoso que indignó al presidente del club. Lo sancionaron con una multa y amagó con irse. La negociación fue surrealista: “te saco la multa si traés la Copa Intercontinental y hacés goles”. Cumplió. Con la prima del título, les compró una casa a cada uno de sus once hermanos. Décadas después, sus gestos solidarios se repetirían: repartió el premio del triplete Gaúcho entre todos los empleados del Gremio.
Su única experiencia en Europa fue en la Roma, y resultó fallida. Llegó en 1988 como promesa: “Es el Gullit blanco”, dijo Nils Liedholm. Pero no marcó goles en 23 partidos, no se adaptó ni a la disciplina ni al idioma. “Es el único jugador que vi llegar borracho a un entrenamiento”, reveló años después el capitán Giannini. La vida de estrella empezaba a pesar más que el balón.
Su golpe más duro llegó antes: el Mundial de México 1986. Telê Santana lo excluyó tras una fiesta fuera de horario en la concentración. Lo que empezó como una parrillada terminó en descontrol: intentaron volver saltando la reja del hotel y fueron descubiertos. No jugó el Mundial, pero años después se cobró su revancha: en 1987, jugando para Flamengo, eliminó al Atlético Mineiro de Telê. “Quise tirarle la camiseta a la cara”, confesó tras marcarle el gol.
El DT que le devolvió la gloria a Gremio y dijo ser mejor que Cristiano Ronaldo
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Renato fue un jugador distinto. Como DT, su figura se volvió aún más singular. Debutó como técnico en 2000 con el modesto Madureira y desde entonces forjó una carrera tan irreverente como efectiva. Sus prioridades eran claras: la playa, el “futvoley” -donde fue dos veces campeón mundial 4x4- y vivir cerca del mar. “Los que saben de fútbol se quedan junto al mar. Los que no saben, se van a Europa a aprender algo”, sentenció.
Su vínculo con Fluminense es especial. Lo dirigió en 2002, regresó en 2007 y acarició la gloria en 2008, cuando perdió la final de la Libertadores por penales ante Liga de Quito. Desde entonces, volvió en varios ciclos, incluido el actual, donde volvió a destacarse con su estilo ofensivo, declaraciones provocadoras y una impronta inconfundible.
En 2016, aceptó volver a Gremio, que acumulaba 15 años sin títulos. Encontró un equipo ideal y lo llevó a ganar la Libertadores 2017 ante Lanús. En el Mundial de Clubes, cayó ante el Real Madrid, pero dejó otra frase icónica: “Cristiano es un gran jugador, pero yo fui mejor. Yo era más técnico. Él no es tan versátil como yo”. Y añadió: “Me gustaría imaginarme en el Madrid con esos compañeros, y que él viniera a jugar la Libertadores sin cobrar cuatro meses, como yo”.
Tras aquella gesta, pidió lo que consideraba justo: una estatua. El presidente Romildo Bolzan cumplió el deseo. Una figura de 4,10 metros fue erigida frente al estadio Arena do Gremio. Es el único brasileño que ganó la Libertadores como jugador y DT en el mismo club. En la base, no hay frases grandilocuentes. Solo una inscripción sencilla: “Renato Portaluppi, ídolo eterno”.
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