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Sophie Alisch no cambió de deporte por capricho. Cambió de vida. Durante años fue una de las caras jóvenes del boxeo alemán, una promesa con narrativa perfecta y un récord impecable como profesional. Ahora, con un contrato en el pelotón y un dorsal en el horizonte, ha decidido que su futuro se mide en vatios.
El salto, por radical que parezca, venía gestándose desde hace tiempo. Alisch anunció en junio de 2025 que dejaba el boxeo para perseguir una carrera en el ciclismo de carretera. Su objetivo no se escondía: construir un camino real hacia Los Ángeles 2028. En su nueva etapa ya es ciclista profesional y ha firmado para competir en 2026 dentro de una estructura de desarrollo ligada a un equipo de máximo nivel.
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En el boxeo, Alisch fue noticia muy pronto. Se convirtió en campeona alemana júnior siendo adolescente y su ascenso la colocó como símbolo de una nueva generación. En el amateur acumuló títulos nacionales y resultados internacionales. También formó parte del equipo olímpico alemán, una etiqueta que la acompañó como carta de presentación.
En profesional dio el paso con una proyección poco habitual en Alemania. Firmó con una promotora histórica y empezó a sumar victorias con una regularidad que reforzaba su imagen de proyecto serio. El dato que sostenía el relato era simple: 10-0. Diez combates, diez triunfos. Una carrera corta, limpia y sin manchas.
Ese invicto se convirtió en marca personal, pero también en presión. El boxeo exige continuidad, rivales, negociaciones y una agenda que no siempre depende del deportista. Su trayectoria fue creciendo en visibilidad, pero no siempre en velocidad. Mientras el público la identificaba con el “siguiente paso”, ella empezó a mirar hacia otro lado.
Alisch no aterriza en el ciclismo desde el sofá. Se instaló en Mallorca, uno de los centros neurálgicos de entrenamiento en carretera, y ha construido una rutina nueva desde cero. En su entorno se habla de una transición planificada, con estructura, preparación y un horizonte temporal concreto para acelerar el aprendizaje competitivo.
En 2026 competirá con un equipo de desarrollo vinculado a Canyon/SRAM. Eso significa calendario, formación táctica, adaptación a la dinámica de pelotón y un proceso pensado para pulir técnica y resistencia sin exigirle, desde el primer día, el nivel del WorldTour.
Alisch ha descrito el cambio como una decisión valiente, pero no impulsiva. En sus mensajes públicos repite la misma idea: no está huyendo del boxeo, está eligiendo un reto distinto. En una entrevista en El País dejó una frase que resume el tono de su nueva etapa: “Voy a demostrar que no me he equivocado”.
El boxeo le dio algo que el ciclismo no regala: foco inmediato. Un golpe, una victoria, un titular. El ciclismo funciona al revés. Es acumulación. Es aprendizaje invisible. Es saber colocarse, leer el viento, sufrir en grupo, fallar sin cámaras y volver a intentarlo al día siguiente.
Ahí encaja su perfil. Quienes han seguido su carrera destacan su disciplina y su tolerancia al esfuerzo. Alisch viene de un deporte donde la incomodidad es rutina y donde la mente manda cuando el cuerpo duda. En su discurso insiste en esa mentalidad heredada del ring. La idea de “aguantar” y de “seguir” aparece como puente entre ambos mundos.
El reto, sin embargo, es enorme. El ciclismo de élite no perdona la falta de experiencia táctica. No basta con estar fuerte. Hay que entender cuándo gastar, cuándo guardar y cómo sobrevivir en un pelotón que se mueve como un organismo.
Alisch también es un fenómeno fuera del deporte. Su presencia en redes sociales es masiva (casi 600.000 seguidores en Instagram) y su narrativa conecta con un público que no siempre llega por el boxeo o por el ciclismo. Llega por el personaje: una atleta joven, mediática, que decide empezar otra vez con todo el riesgo social que eso implica.
Ese impacto tiene un efecto directo en el ciclismo femenino. Aporta atención, conversación y una historia fácil de contar. Su cambio de disciplina es, además, un mensaje para marcas y equipos: el deporte ya no solo se mide por resultados, también por capacidad de movilizar audiencias.
Alisch lo sabe. Y por eso su transición no es solo deportiva. Es identitaria. Cambia el ring por la carretera, pero no abandona lo que la definía. Lo reubica. La invicta del boxeo ya no busca proteger un 10-0. Busca construir algo nuevo, sin red y sin atajos.
Si sale bien, será una de las historias de reinvención más potentes del deporte europeo reciente. Si sale mal, seguirá siendo una decisión coherente con su discurso. Porque en el centro de todo hay una idea que la acompaña desde el primer guante: competir, aunque el escenario cambie.
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